¡Viva El Rey!

De la familia de mi padre, conocí levemente a mi abuelo Cristóbal. Era alto, de aspecto fuerte y porte señorial, a pesar de andar con bastón. Murió cuando yo tenía siete años, así que todo lo que sé de él lo he escuchado o leído. Lo que sí recuerdo es su funeral, al que asistí indirectamente desde el balcón de la casa de mis primos, los Santacruz, a la que mis padres me habían enviado unas semanas antes para evitarme impresiones de esas que a un niño no se le olvidan en toda su vida. Ajena a lo que ocurría, un día vi que se acercaba por la calle un grupo grande de personas y grité feliz: – ¡Papá, papá!. ¡Tenía tantas ganas de verle!. Levantó la mirada y se llevó un dedo a los labios en señal de silencio y entonces me di cuenta de que la comitiva iba presidida por un ataúd, el de su padre, dirigiéndose hacia el cementerio por el Camino Real del pueblo de Bullas, en Murcia.

Monárquico hasta la médula, se dice que fue nombrado alcalde por decreto real de Alfonso XIII, dato que aún no me he lanzado a comprobar. Algo de eso hay de cierto, ya que en mi casa existían unas cartas que D. Juan en el exilio mandaba a mi abuelo y que desaparecieron “misteriosamente” después de una reforma que mis padres llevaron a cabo hace muchos años. Solo quedan algunas postales que los monárquicos enviaban por Navidad al “Rey en el exilio” de las que conservo una bien enmarcada en el salón de mi casa. “Viva el Rey”.

De familia acomodada, mi abuelo era hijo de otro Cristóbal, el cuarto del mismo nombre, y de Rosario. Además de mi abuelo, tuvieron tres hijas, Pepa, María la ciega, que murió en la casa a la hora que marca el reloj de pared del comedor y que nunca más funcionó ni se pudo arreglar, y María de la O, casada con Bartolomé Pozo, Barón de Gal, que acabó renunciando al titulo en favor de sus primos porque decía que no servía para nada.

De la abuela O, como la llamábamos aunque era tía abuela, sí me acuerdo bien. Muy alta para su época, de belleza antigua, era muy cariñosa. Vivía en Murcia con sus dos hijas, Fernanda, que acabó recientemente la Licenciatura en Químicas con noventa y cuatro años y Charito, cuyo marido me fascinaba y conseguía mantenerme inmóvil, como una fiel observadora y oyente de cada uno de sus movimientos y palabras, en una biblioteca enmaderada, llena de estudios, libros antiguos y objetos entonces para mí desconocidos.. El tío Manolo llevaba con gran orgullo ser descendiente directo de Miguel Servet, conocido sobretodo por sus trabajos sobre la circulación pulmonar, aunque abarcó otras muchas disciplinas y cuyas teorías le llevaron a morir en la hoguera. Él me contó su historia y otras muchas más…

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